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UN POETA CON 90 AÑOS. JULIO ALFREDO EGEA. UN MAESTRO

POESÍA COMPLETA DE JULIO ALFREDO EGEA VOLUMEN I

SELECCIÓN DE POEMAS DE JULIO ALFREDO EGEA

Quizá cuando en la infancia se descubrían los cielos,
y el aire quieto alzaba sus pájaros azules,
ya estaba la palabra ensayando sus formas
de volar desnudando la carne del harapo,
presintiendo ser única al sentirse elegida.
Primero de puntillas, con el miedo y el gozo
de ese niño que ensaya el andar… y de pronto
balbucea su sorpresa al encontrarse erguido.
Como al pájaro joven
que le crece su música a la par que las alas,
y en el primer arpegio de su flauta dormida
descubre el universo.
Así, soñando hacer la vida más hermosa,
intentando lograr un relato de esencias,
poniendo un nombre nuevo al alma de las cosas.

HOMENAJE A JULIO ALFREDO EGEA EN ALMERÍA (2008)

HOMENAJE A JULIO ALFREDO EGEA EN ALMERÍA (2008)

El feriante


De acá para allá iba, se decía
el mundo es grande, hermoso…,
y miraba los ojos del cordero
arrancado a los montes, con paisajes
limpios, con verdes levantados
del corazón del agua, como un pájaro.
Los camiones de fruta, en las plazas,
que traían el alma de la tierra
en banastas celosas de arco iris,
como en rapto de urgencias hasta el hombre
cautivo entre hormigones,
escapándose aroma de algo nuevo,
de las manos de Dios en ejercicio.
Las mujeres gastadas, con sus cargas
avícolas, con gallos, con auroras,
le sonreían, llevaban
algo de mies madura entre los labios.
Corre todos los pueblos el feriante,
a su lado la vida gira, pasa
como rueda cansada, de una antigua
carreta con sudores y con pasmos,
con gozos pirotécnicos que acaban
en silencios totales y tremendos.
Sólo entonces escucha
como un rumor de miedos en la noche,
cuando se cierran las ventanas últimas
y mujeres a solas con su vientre
se buscan el origen de los llantos.
De nuevo el sol y pueblos y más pueblos
y un nuevo inaugurarse la alegría
como algo descubierto en cada instante,
como un pájaro preso
pronto a escapar, dejando entre los dedos
una huella de júbilo que pronto
será tan sólo hueco suplicante.
Esperan dianas, pasa un hombre triste,
apunta, cierra el ojo izquierdo, pone
en el gatillo toda su tristeza
y nos hace pensar que como acierte
hará temblar el mundo, pero llegan
los niños en bandada, sonríe el hombre,
el tiro al blanco vuelve a ser un juego
y arrastran el dolor los altavoces.
El feriante camina hacia la tómbola,
desmantelado hogar de los recuerdos,
con vajillas inéditas, muñecas
gastadas por los ojos de los niños;
abre sobres azules, esperando
que algún boleto diga paz, tan sólo.
Después ronda por circos, tristes sedas,
calculado disfraz para la lágrima,
maquillaje perfecto, disimulo
para cubrir antiguas erosiones.
La risa de los niños en el tiempo
es cascabel de Dios, acaso ciego
rayo de luz, contagio de los pájaros.
Aviva sus bengalas el feriante,
silba cualquier canción, toma una copa,
olvida las fronteras de la aurora.
Pero avanza la noche, repetida
mano invisible pliega la alegría,
la ciudad es un rumor de corazones;
lonas, persianas ahogan el latido;
alcobas, carromatos amortiguan
los siniestros cronómetros del hombre.
Se repite la lágrima primera.
Se repite la luz, también la sangre
volviendo a regresar de la esperanza.
El feriante es materia de una rueda
acumulando repetidos vértigos,
y llega hasta la noria solitaria,
y se sueña habitante
de un alto cangilón abandonado.


SU POÉTICA

Escribo por necesidad, cuando sufro o gozo con un tema sintiendo urgente necesidad de expresarlo, nunca por vano artificio literario.
La mayoría de mis libros tienen unidad temática y mis temas preferentes son humanismo y naturaleza. Estoy entre los poetas que soñaron cambiar el mundo con la poesía; al menos aspiro a dejar un rayo de espiritualidad sobre el materialismo existente.
Siempre pensé y sentí que la poesía era algo así como el recibo de un guiño de Dios entre la niebla. Creo que lo que más importa en poesía, como en cualquier género, es llegar a tener una voz personal, mejor o peor pero propia, poder establecer ante el lector una válida oferta de sugerencias, y, si es posible, imprimir un pellizco de sorpresa. El lenguaje es decisivo, el valor de las imágenes y el ritmo interior del poema.
Quizá la poesía sólo sea una traducción de los asombros a través de la sensibilidad del poeta, del asombro inacabable de ir descubriendo la vida, los seres y las cosas, desde la niñez.


POESÍA COMPLETA DE JULIO ALFREDO VOLUMEN II

POESÍA COMPLETA DE JULIO ALFREDO
VOLUMEN II

PROSA COMPLETA DE JULIO ALFREDO EGEA

PROSA COMPLETA DE JULIO ALFREDO EGEA

 

 

JULIO AFREDO EGEA, COLMADA PRESENCIA

 

                                       Pilar Quirosa-Cheyrouze y Muñoz

                                       Asociación Andaluza de Escritores y Críticos Literarios

HAY voces que implican conocimiento, surtidores de palabras generados para la creación y la recreación del verbo. Una esencia que comparte ese armazón, tan lleno de ventanas, y que se conoce por la génesis de una sólida aportación literaria. Por ello, la generación de los cincuenta tiene representación en la provincia de Almería a través de la obra de Julio Alfredo Egea, el poeta de Chirivel, una obra que aparece jalonada por importantes reconocimientos, recabados a través de los años. Su poética, recogida en más de una docena de libros, y su discurso narrativo, a través de memorias y cuentos, así lo avalan.

Como integrante de una generación en la que dejó huella la incivil guerra del 36, la niñez de Julio Alfredo estuvo acompañada de paisajes llenos de claroscuros. Una época –la postguerra-, llena de sinrazones y abismos, y abierta, al mismo tiempo, a la reflexión y la esperanza: hallar, latente, el trino de los pájaros, máximo exponente del canto a la libertad, pilar en el que se gesta su obra creativa. Sus escritos, todos ellos, beben del poso de las libertades, desde una verdad ética y una reflexión humanística. Su profesión, licenciado en Derecho por la Universidad de Granada, se suma a esa visión del mundo en la que ha de reinar la verdad y la justicia. Este es el entorno del poeta.

Los profesores Arturo Medina y Juan José Ceba prologaron sendas Antologías Poéticas, “1953-73” (1975) y “1973-1988” (1989). La primera de ellas, contiene los libros “Ancla enamorada” (1956), la marginalidad, el fantasma de la guerra. Y un ofrecimiento: “Todos estáis citados en mi casa,/ en el número 4 de esta calle./ Vamos a hablar de rosas y de sangre./ Os pediré a la entrada/ pasaporte de aroma y de latido./ Traeros el corazón, es necesario./ Nos sentaremos junto a la ventana:/ Una calle de tierra estremecida/ y los hombres que pasan”. “La calle” (1960), la necesidad de encuentro, el desvalimiento: “El hombre, inútilmente,/ pretende verse a solas con su muerte./ Y tira de una vida/ con una hebra de estambre algunas veces/ y otras recobra vidas que abren ríos/ con las arterias firmes./ Entonces es un dios con bata blanca/ que busca soledades/ para morir un poco”. “Museo” (1962), recorrido por las salas de la existencia: “La vida son manzanas/ coronadas de trinos,/ bebiendo el corazón dulce del árbol”. “Valle de todos” (1963), tras la larga postguerra: “Los nuestros, los amigos;/ el que llegó del balón al fusil/ sin pasar por los besos de una muchacha;/ el que acicalaba sus manos artesanas/ esperando la hora del amor,/ y el que temblaba al coger un pájaro herido/ pensando que era el mundo agonizándole en los dedos”. “Piel de toro” (1965), la comunión de las almas, los exilios exteriores e internos: “palpita en este asfalto/ un pulso de ciudades/ en espera, de tierras/ con la espiga menguada;/ de hombres que se despiden/ de España, en esta plaza/ y que arrugan con rabia/ el pasaporte, y sueñan/ primaveras cumplidas”.“Repítenos la aurora sin cansarte” (1971): la esperanza ante la soledad y el infortunio: “Es inmensa la noria de la vida,/ es inmensa y mantendrá su ritmo,/ el vigente engranaje”. Y “Desventurada vida y muerte de María Sánchez” (1973), la prostitución, la soledad: “El sol no la conoce,/ ella es noche en la noche,/ ella siega el gemido sin darse cuenta y baila/ como un río desbordado”.

La segunda Antología, “1973-1988” (1989), incluye las obras: “Cartas y Noticias” (1973), legado epistolar, en “Carta urgente a Rubén Darío”: “Un águila de gracia hilvane tu palabra/ y este idioma de amor se esparza como un humo/ fraternal, tapizando/ las heridas del mundo,/ rompiendo para siempre agónicos silencios,/ levantando la fruta/ incorrupta, dulcísima,/ del corazón de España”. “Bloque Quinto”, la deshumanización de las grandes ciudades, el cosmopolitismo devastador de las conciencias (1977): “No puedo/ encontrar la salida./ De pronto, como llama/ de candil, levemente/ brota el verso y me salvo/ de morir asfixiado/ dentro de una batalla/ de altavoces”. “Sala de espera” (1983), preámbulo del adiós que un día ha de ser definitivo: “Un as de amor decide la partida./ Siento la eternidad de haber perdido”. “Los regresos” (1985), texto ataviado de fina ironía, de sutil humor, factores tan característicos en la expresión poética de Julio Alfredo Egea: “Triunfarán las espigas/ sus alfileres de oro morderán la solapa del presidente/ electo, entrarán como lluvia/ por los angostos bronquios del night club/ e inyectarán savia de enebro/ a los hombres malva”. Y su poemario, hasta el momento inédito, “Arqueología del trino” (1987): “La espera/ es vigilia de parto; levedad de pestañas/ empuja a los satélites/ lentamente./ Desatan bandadas de libélulas/ un cinturón de brisa, la desnudez del día”.

Posteriormente, vio la luz un magnífico libro, “Los asombros” (1997),   combinación de verso y prosa: “La libertad dijeron que era un nardo/ que se quedó en jazmín, o era una estrella/ que intentó hacerse pájaro/ frente al dictado azul de la galaxia”.

El camino de juventud, destacando el constante descubrimiento, la actitud del poeta ante la vida, el desbordamiento de amor a la familia, al prójimo, a la esencia de Dios. Existe, indudablemente, en sus reflexiones, una inmensa ternura hacia el mundo circundante, donde el hombre es profundo referente de vivencias y conocimiento. Hay una panorámica abierta hacia el paisaje almeriense, el descubrimiento de la naturaleza, el equilibrio de sus acotaciones, el deslumbramiento ante los hallazgos. Los asombros sentidos, vividos y permanentes.

La memoria poética, alzada hacia un sentimiento universal. La historia del hombre que mantiene intacta su capacidad de conocimiento, el pasado, el presente emocional, las vivencias. Todo ello queda contenido y anunciado en “Voz en clausura. Antología de sonetos”, editada en 1992 en la colección Alhucema. Y la esperanza ante un futuro en el que domina la máquina y que en su poemario “Fábula de un tiempo nuevo” (2003), Premio de Poesía “José Hierro”, se refleja como realidad escrutadora. Es el discurso, la ironía, la lucha por la existencia, tiempo de clonaciones, de dominio de la máquina frente al hombre, la paradoja del progreso, la necesidad del salvar el remanso de la naturaleza, en medio de confusiones mediáticas, de tiempos deshumanizados: “He anclado en la nostalgia./ Voy a salir de nuevo hasta llegar al Parque./ Necesito saber si florecen las rosas”.

Dos libros más, coetáneos en el tiempo, se suman a esta esencial singladura: “Desde Alborán navego” (2003), finalista del Premio de Poesía “Rafael Morales”. Poesía colmada de esencial humanismo, de esos silencios necesarios para hallar y plasmar su significado en el más alto grado de expresión. En solidaridad con los pueblos del mundo: “Así quiero mis voces interiores,/ proletarias, capaces/ tal vez de convocar naves perdidas…”. Un faro latente de luz para el caminante, para la voz mediterránea. La metáfora del ser humano que desemboca en la creación, en una navegación con rumbo a la esperanza, con el alma llena de horizontes para vencer a las sombras. Una brújula orientada, permanentemente, al encuentro con la vida.

El poemario “El vuelo y las estancias” (2003), fue editado por el Ayuntamiento de Las Palmas de Gran Canaria. Poesía intimista, de recuerdos y presencias, de amplias estancias iluminadas. Sensibilidad y hondura, “ese viento de fuga que cumplía libertades de pájaro”. Sombras en vuelo permanente para un tiempo necesario, de ofrendas, de realidades, lleno de nostalgia. Porque el poeta sabe de ausencias y de la “soledad en el vino y la palabra”.

El paso del tiempo no aflige al poeta en tanto en cuanto ha vivido y ha tenido acceso al conocimiento, al convertirse en privilegiado observador de la realidad. Y lleva adelante el proceso a través del preciso dominio del verbo, de la palabra, que fluye en armonía hasta alcanzar elevadas cotas. Se trata de un amplio tapiz que recoge la evocación de los sentidos, la intensa búsqueda de un proceso de comunicación, amplio vuelo de luz, musicalidad interna en cada verso que nos acerca a un intenso proceso de reflexión. Es la capacidad de emocionarnos ante estrofas modeladas con la arcilla de un tiempo que se nutre de las horas y del trabajo cotidiano. Es esa existencia del dolor humano, del pasado y la memoria que nacen de una mirada limpia, transparente, diáfana, tremendamente lúcida y llena de signos.

La palabra de Julio Alfredo Egea se interna por la intrahistoria de los días, culminando puertos, adonde llega revestido de imágenes y sentimientos. El aliento humano es el motor del mundo y mueve el pulso de la existencia. Se trata de un recorrido espiritual donde se hace presente el paso del tiempo, con sus contraseñas de identidad, con sus claroscuros anímicos, y, de cualquier forma, donde existe un espacio para vivir y para soñar. Y de telón de fondo, el eterno y necesario tema amoroso, como dijo el propio Julio Alfredo, en una entrevista concedida al escritor y crítico Pedro M. Domene, “Sólo el amor debería mover el mundo, ser eje, principio y fin de todo”. El amor a Dios, a la familia, a la naturaleza, en sus libros “Puesto de alba y quince historias de caza” (1996), o “Alrededores de la Sabina” (1997), el árbol milenario, orgullo de la comarca de los Vélez. Un árbol junto al que el poeta creció, tan leve a su lado la existencia del ser humano.

También contemplamos el gran amor a los niños, en su obra “Nana para dormir muñecas” (1965), poesía, texto ilustrado por el acuarelista Enrique Durán. Su cuidada prosa, en “Plazas para el recuerdo” (1984) o “La rambla” (1986), “El sueño y los caminos” (1990), “Mi tierra, mi gente” (1993), que dan testimonio de vida, de la esencialidad de un recorrido íntimo, del placer de existir.

También el tema de la muerte, ese último destino del hombre, que Julio Alfredo Egea afronta con una total esperanza.

La poesía de Julio Alfredo Egea –recogida también en “Asombros traducidos” (2003), CD editado por la revista literaria granadina “Ficciones”, y en el volumen “Tríptico del humano transitar”, editado en el año 2004 por el Instituto de Estudios Almerienses, conteniendo sus textos de tema sociológico: “La calle”, “Desventurada vida y muerte de María Sánchez” y “Bloque Quinto”-, es un constante viaje encaminado hacia la belleza. Y lo logra a través de una fuerte carga expresiva, llena de resonancias y crucial humanismo. Imágenes y símbolos dan lugar a magníficos poemas que orientan sus raíces en la mística del silencio y mueven hacia la constante reflexión.

Hablamos de experiencia y hablamos de conocimiento. De una obra que contiene profundos registros literarios. Y hablamos, muy especialmente, de sentimientos, de esencialidad y entrega. La preocupación social se gesta a través de toda su obra mediante el arraigo y el fuerte compromiso. En definitiva, hablamos de honestidad poética, el testimonio vivencial de plenitud colmada, el fruto personal del hombre que cultiva, con generosidad, cada elemento del mensaje hallado, vivido y compartido.

EL HUMANISMO SOLIDARIO Y LA UNIVERSIDAD INTERNACIONAL DE ANDALUCÍA

LA ASOCIACIÓN ANDALUZA DE ESCRITORES Y CRÍTICOS PARTICIPA EN LA UNIVERSIDAD INTERNACIONAL DE ANDALUCÍA.

CURSO DE VERANO DE LA UNIVERSIDAD INTERNACIONAL DE ANDALUCÍA: EL HUMANISMO SOLIDARIO
http://cursosdeverano.unia.es/…/nuevas-tendencias-literaria…

CAMPUS DE LA CARTUJA. SEVILLA
NUEVAS TENDENCIAS LITERARIAS. EL HUMANISMO SOLIDARIO EN LA POESÍA ESPAÑOLA CONTEMPORÁNEA.

Desde el lunes 21 de septiembre hasta el viernes 25.

Colaboran:

Asociación Andaluza de Escritores y Críticos Literarios.

Universidad Internacional de Andalucía.

Humanismo Solidario.

Asociación Colegial de Escritores de España (Sección Autónoma de Andalucía).

Durante cinco días se analizará esta nueva corriente de pensamiento, EL HUMANISMO SOLIDARIO, que está siendo considerada la corriente de estética-ética del siglo XXI por muchos estudios.

DIRECCIÓN
Remedios Sánchez García. Universidad de Granada.
Manuel Gahete Jurado. Universidad de Córdoba.

PROFESORADO
Francisco Morales Lomas. Universidad de Málaga.
Raquel Lanseros. Profesora y poeta.
Manuel Ángel Vázquez Medel. Universidad de Sevilla.
Remedios Sánchez García. Universidad de Granada.
Manuel Gahete Jurado. Universidad de Córdoba.
Trinidad Núñez Domínguez. Universidad de Sevilla
María Jesús Orozco Vera. Universidad de Sevilla.
Manuel Rico. Periodista.

Nuevas Tendencias Literarias. El Humanismo Solidario

Nuevas Tendencias Literarias. El Humanismo Solidario

Ponentes en el curso de de Humanismo Solidario

Ponentes en el curso de de Humanismo Solidario

INFORMACIÓN DEL CURSO

Información del curso

PRESENTACIÓN
Ante el tiempo de crisis que vivimos, muchos poetas sienten la necesidad de blandir una respuesta responsable que no deponga el problema de percepción del mundo como un asunto extraño al hecho poético. Y, por esta razón, como afirmaba Solzhenistsyn en Discours de Stockholm, el único sustituto de la experiencia que nos ha sido dado vivir es la creación, el arte. La labor del escritor consiste en una búsqueda permanente, una investigación constante que se fundamenta sobre dos planos básicos: el del conocimiento de la realidad y el modo de interpretarla o transformarla. Este planteamiento suscita y desarrolla un conflicto entre la sensibilidad y la expresión, y nos obliga a penetrar en nuestra naturaleza para extraer de ella lo que mancomuna a los hombres.
En el presente curso se analizará cómo la literatura y el arte son las formas que, con más intensidad, recogen el intento de explicar lo que significa el misterio de la existencia y en qué consiste ser hombres. La nueva corriente literaria denominada Humanismo Solidario debe entenderse siempre en conjunción, como un todo indisoluble donde el adjetivo solidario no es un mero epíteto sino el matiz definidor : así, el antropocentrismo no pierde nunca su dimensión social de ser plural con los otros. Es el modo de afrontar la homogeneización -la tan recurrida y recurrente globalización- en todos los campos y de recuperar la utopía con aires renovadores. En esta línea y desde esta perspectiva un grupo de críticos literarios, profesores y escritores toman la palabra para explicar la manera de desarrollar una poética contemporánea acorde a las circunstancias socio-históricas del momento.

OBJETIVOS
– Analizar el quehacer del escritor.
– Revisar el papel del poeta en la sociedad contemporánea.
– Conocer las tendencias de la poesía actual.
– Acercarse a la estética poética del movimiento Humanismo Solidario.

Historia de la AAEC

 INTRODUCCIÓN. VEINTE AÑOS NOS OBSERVAN[1]

 

Antonio Hernández, 2015

Antonio Hernández, 2015

                                                                        Antonio Hernández

                                                                        Presidente de Honor

En Córdoba, a las 18 horas del 25 de agosto de 1994, dio comienzo la Asamblea Fundacional de la Asociación Andaluza de Críticos Literarios con un orden del día que trataba de su creación, la aprobación de los estatutos y la elección de la Junta Gestora que se encargara de la preparación y organización documental necesaria para poder iniciar su andadura. Antonio Rodríguez Jiménez, puntal incuestionable, Carlos Clementson y Alejandro López Andrada fueron algunos de los socios promotores designados para desvelar el alba de los acontecimientos que, en contra de los deseos frustrados de pésimos agoreros, todavía extiende sus alas poderosamente por el siempre enrarecido aire de la literatura andaluza. Desde unos meses antes ya habíamos trabajado en la puesta en marcha de una idea del Grupo Críticos del Sur a la que yo presté oídos desde la posibilidad de que un hostelero de Arcos, José Antonio Roldán Caro, se ofreciera como mecenas más que generoso para correr con el gasto que podía suponer el alojamiento de una treintena de críticos y profesores en ejercicio y dispuestos a ofrecer su trabajo cara a la actividad inmediata de más relieve: los Premios de la Crítica Andaluza de Narrativa y Poesía. El ideario, previamente fijado en una informal asamblea granadina a las que acudieron más de cien escritores sureños, se fijaba en una sola premisa: objetividad democrática sin otro interés que el de ir destacando anualmente los libros de los mencionados géneros y, por supuesto, como objetivo, los mejores en cada uno de ellos según la gustativa de quienes juzgaban.

Los representantes de los medios de comunicación más importantes de Andalucía, y algunos en la brecha de un pasado reciente que los proclamaba como maestros merced a sus bibliografías descollantes, no tardaron en dar en la diana distinguiendo dos libros memorables: El discurso de hierba de Rafael Soto Vergés, en poesía, y La casa del padre de Justo Navarro, en narrativa. Como la estancia en Arcos daba para trabajar y divertirse, se añadió lo que, inalterable, permanece, una tanda de conferencias y mesas redondas dispuestas para afirmar en su presente esplendoroso o rescatar de su injusto olvido a escritores con los que estábamos en deuda de formación. Digamos que, entre los primeros, a Rafael Alberti; y, entre los segundos, al también grande Julio Mariscal.

La entrega de los premios se celebraba en Córdoba, como en Arcos los fallos, también de manera estable, precedida, con idéntico formato, por el homenaje a un escritor meridional en la misma situación de esplendor o de sombra contingente, esta vez con la colaboración de la Diputación y, al igual que en el pueblo gaditano, siempre con la ayuda oportuna de la Consejería de Cultura de la Junta. A este respecto resultaría de ingratitud clamante no citar los nombres de Juan Manuel Armario, alcalde de Arcos, de los presidentes de las diputaciones gaditana y cordobesa, Rafael Román y José Mellado Benavente, de Carmen Calvo y Elena Angulo, responsables de Cultura del gobierno andaluz; a los Cuadernos del Sur del Diario Córdoba, palanca de nuestra empresa; al Diario de Málaga y su Papel Literario, siempre con nosotros; y, en este capítulo de agradecimientos, al equipo de canal autonómico Al Sur, programa que capitaneado por el decisivo e inolvidable José María Bernáldez, sostuvo el evento y compensó la munificencia de Roldán, el patrocinador clave para que la maquinaria no cesara.

Dicen las lenguas románticas que quien bien ama tarde olvida, pero a pesar de nuestros agradecimientos a todos cuantos creyeron y siguen creyendo en el proyecto cultural andaluz de iniciativa privada más importante, longevo y en pie cara a la proyección de nuestra literatura, seguro que la memoria, la mía, involuntariamente le hace burla en esta rememoración de apoyos a alguna institución pública o privada en ayuda ocasional, como Cajasur, Cajasol y La Caixa, o a algún industrial complementario, como –pongo por caso– mi amigo permanente sin trampa Alfonso Fernández Asurmendi, quien, en una ocasión, tuvo que abrir en sábado las puertas de una caja de ahorros para cubrir el medio millón de pesetas destinado a los desplazamientos y que no acababa de llegar de Sevilla. Llegó, como dicen los cronistas boxísticos, sobre la campana, y Alfonso, que también ponía el vino como Pepa Caro sus cuotas de ánimo y, cuando pudo, su hombro de alcaldesa, anduvo tardes, noches y madrugadas con el medio kilo en el pantalón del vaquero, hasta el mismísimo lunes que, un poquito menguado, lo volvió a empotrar en su cuenta corriente. En consecuencia, como dejó para la posterioridad Aristóteles, que el olvido no sea señal de menosprecio y, por tanto, causa de enojo, sino, en todo caso, como me permito decir yo, lamento sin apellidos. En general, y es parla de Maquiavelo, se olvida antes la muerte del padre que la pérdida del patrimonio. Pero el nuestro, tanto el adquirido en Arcos y Córdoba, como después en Málaga, ya con la batuta maestra de Francisco Morales Lomas, el desvelo acompañante de Manuel Gahete Jurado, como secretario general y el respaldo de UNICAJA, principalmente gracias a las iniciativa de García Pérez, se cifra en los aciertos recuperados y premiados. Sirva entre los primeros, como ejemplo, el homenaje dedicado a la hasta entonces marginada Julia Uceda, quien de inmediato obtuvo el Premio de la Crítica y fue distinguida por las autoridades de la Junta como Hija predilecta de Andalucía, título que igualmente obtuvo, tras nuestro premio, y el consiguiente de los críticos del Estado, la malagueña María Victoria Atencia, que entremezcló su categoría reconocida con una serie de autores promocionados a galardones de ámbito estatal o interatlántico –el Planeta, los Nacionales de la Crítica–, recibidos inmediatamente después de los nuestros por Salvador Compán, Antonio Soler, Aurora Luque o Isaac Rosa, cuyo libro El vano ayer atravesó el océano para hacerse con el más importante de Latinoamérica, el Rómulo Gallegos, consagrador a escala internacional.

Citar a todos los galardonados –uno, Manuel Mantero, lo obtuvo dos veces– de todas las generaciones y tendencias expresivas, a todas las editoriales de línea varia y a todos los profesores conferenciantes, excedería el fin de estas palabras celebratorias que solo quieren dar fe –orgullosamente cuando el orgullo no es jactancia– de un trabajo más allá de querencias localistas o intereses de grupos, y de una vocación solidaria que evidencia la generosidad de los protagonistas más importantes y oscuros: los miembros de los jurados, creadores notables también en muchos casos, capaces de renunciar, en su papel de críticos, a los galardones. A ellos –los últimos serán los primeros– las gracias especialísimas porque lo hicieron por amor a la literatura y a la justicia, eso que no abunda entre los que, supeditados a intereses mercantiles, hacen que muchos lectores confundan valor y precio como distinguió desde su grandeza don Antonio Machado. Y, por supuesto, a los socios, muchos de ellos con la sola recompensa oscura y noble de saber que así ayudan a proyectar, desde un cuadro de honor anónimo, la literatura andaluza.

Veinte años ya de constancia y logros nos avalan. Cierto que no todo ha sido perfecto. Pero el trabajo y el sentido común se asocian para llegar a la meta del reconocimiento general. Y esto, precisamente, es lo que ahora no nos puede negar nadie.

1999

BREVE HISTORIA DE LA ASOCIACIÓN ANDALUZA DE ESCRITORAS/ES Y DE CRÍTICOS LITERARIOS

 

La AAEC (Críticos del Sur) es una asociación sin ánimo de lucro que fue fundada hace veinte años por un grupo de escritoras, escritores, profesores de universidad, periodistas y críticos literarios andaluces con el objetivo fundamental de la difusión de la cultura andaluza en el ámbito de la narrativa y la lírica, tal como figura en sus estatutos y en su página web: http://www.aaec.es (en construcción) y en Facebook: https://www.facebook.com/asociacionandaluzadeescritoresycriticosliterarios?

Los fines de la Asociación son principalmente culturales, con independencia de cualquier otro, y nació con voluntad de colaboración con las entidades culturales y asociaciones profesionales. Como figura en el Apartado Segundo. De los fines de la Asociación, estos son los siguientes:

1.- Será finalidad prioritaria de la Asociación la defensa de su ámbito social y profesional para el desarrollo de la cultura en sus múltiples manifestaciones.

2.- La Asociación atenderá los intereses legales y profesionales de los escritores y críticos asociados en sus legítimos derechos en cuanto inherentes al ejercicio de su trabajo con relación a las instituciones públicas o a cualquier forma de difusión social.

3.- La Asociación promoverá primordialmente los estudios de tipo crítico, erudito o de investigación en el rico legado de la cultura andaluza.

4.- Es propósito de la Asociación participar, como órgano consejero o consultivo, en el mundo de la cultura fomentada desde las instituciones, organismos y medios de comunicación de la Comunidad Andaluza.

5.- La Asociación difundirá, a través de los medios a su alcance, información sobre asuntos referentes a la cultura andaluza.

Desde su fundación, allá por el año 1994, ha seguido dos grandes líneas de actuación: la concesión del Premio Andalucía de la Crítica a las obras narrativas o líricas más importantes publicadas cada año en el territorio andaluz, y la organización de eventos culturales, jornadas de crítica literaria y encuentros literarios sobre escritores andaluces.

En estos VEINTE años de funcionamiento destaca la concesión de los premios de narrativa a escritores como José A. Muñoz Rojas, Antonio Prieto, José María Vaz de Soto, Julio M. de la Rosa, Antonio Soler, Eduardo Mendicutti, Salvador Compán, Manuel Talens, Hipólito G. Navarro, Rafael Escuredo, Isaac Rosa, Rafael Ballesteros …, y en lírica a escritores como Pablo García Baena, María Victoria Atencia, Chantal Maillard, Carlos Edmundo de Ory, Rafael Guillén, Manuel Mantero, Jenaro Talens, Aurora Luque, Alberto Torés, María Rosal, Luis García Montero, Juan Cobos Wilkins, Antonio Carvajal…

Pero quizá lo más significativo de este evento es que en su momento el Premio Andalucía de la Crítica valió para afianzar o proyectar la carrera literaria de determinados escritores anticipándose a otros premios de ámbito nacional. Así, la concesión de los premios a escritores bastante desconocidos en su momento permitió a éstos adquirir un conocimiento más amplio. Los casos más significativos, que pueden servir de ejemplo de lo que decimos, son los de Antonio Soler, Salvador Compán o Isaac Rosa, reconocidos respectivamente (y después de habérseles concedido el premio andaluz) como Premios Nacionales de la Crítica o finalistas del Planeta; o incluso ganadores también del Premio Nacional de la Crítica, como son los casos de María Victoria Atencia y Chantal Maillard, a las que se le concedió éste inmediatamente después del Premio de la Crítica de Andalucía; o el premio de narrativa al joven sevillano Isaac Rosa, al que después de nosotros entregarle el Premio Andalucía de la Crítica, se le concedió uno de los premios más importantes de Hispanoamérica.

La falta de dotación económica de estos premios le da un valor trascendente, en cuanto que la valoración literaria de la obra lo que produce es un aumento en el prestigio personal del escritor, que es elegido por sus propios compañeros escritores y críticos.

La realización de Jornadas Literarias sobre la creación y homenajes a escritores y escritoras andaluces ha sido constante en este largo periodo. Entre ellas podemos citar, por ejemplo, las realizadas en Málaga, hace unos años, organizadas conjuntamente por el Ayuntamiento de la ciudad y la Asociación de Críticos sobre la narrativa actual y la heterodoxia; pero también un conjunto de homenajes que realizamos de escritores andaluces. Por ejemplo, en los últimos años se ha homenajeado a los escritores José Luis Acquaroni (Premio Nacional de Literatura en los ochenta), A. Rodríguez Almodóvar (Sevilla), los hermanos de las Cuevas, Julio Alfredo Egea, José Luis Cano, Salvador Compán…

La Asociación Andaluza de Escritores y Críticos Literarios es también una de las Asociaciones adheridas a P.A.P.E.L. (Pacto Andaluz por el Libro de la Consejería de Cultura de la Junta de Andalucía) con el propósito del desarrollo del libro en Andalucía junto a los Editores Andaluces y los demás entes de la Comunidad Autónoma. Y desde el principio ha contado con el respaldo y el apoyo decidido de la Consejería de Cultura que de modo institucional está presente habitualmente en la entrega de los Premios Andalucía de la Crítica con la presencia del consejero de Cultura y con una ayuda económica para la celebración de estos actos.

Son botones de muestra que nos permiten mostrar una realidad en la que están comprometidos dos centenares de escritores y críticos literarios con extensos currículos, directores del Instituto Cervantes, profesores de Universidad, miembros de Academias de Buenas Letras de Andalucía, premios nacionales…, cuya única pretensión es publicitar y poner en valor la creación literaria que se hace en Andalucía.

Foto histórica de miembros de la AAEC

Foto histórica de miembros de la AAEC

ESCRITORES/AS PREMIADOS POR LA ASOCIACIÓN ANDALUZA DE ESCRITORES Y CRÍTICOS LITERARIOS

Narrativa

  1. Justo Navarro
  2. Eduardo Mendicutti
  3. Manuel Talens
  4. José María Vaz de Soto
  5. Salvador Compán
  6. Juan Eslava Galán
  7. Antonio Prieto (en dos ocasiones)
  8. Antonio Soler
  9. Campos Reina
  10. Isaac Rosa
  11. Rafael Escuredo
  12. José Antonio Muñoz Rojas
  13. Julio M. de la Rosa
  14. Fernando de Villena
  15. Rafael Ballesteros
  16. José Antonio Ramírez Lozano
  17. Guillermo Busutil
  18. Salvador Gutiérrez Solís
  19. Eva Díaz
  20. Antonio Muñoz Molina

Poesía

  1. Rafael Guillén
  2. Jenaro Talen
  3. Carlos Edmundo de Ory
  4. Alberto Torés
  5. Alejandro López Andrada
  6. Aurora Luque
  7. María Victoria Atencia
  8. Manuel Mantero (en dos ocasiones)
  9. Rafael Montesinos
  10. Rafael Soto Vergés
  11. María Rosal
  12. José Infante
  13. Pablo García Baena
  14. Chantal Maillard
  15. Luis García Montero
  16. Juan Cobos Wilkins
  17. Rosa Romojaro
  18. Antonio Carvajal
  19. Ángel García López
  20. Mariluz Escribano
  21. Fernando Valverde

Relatos

  1. Ángel Olgoso
  2. Manuel Moya

 Ópera Prima

José Luis Rey

Manuel J. Ramos Ortega

Manuel Vidal 

 

Adrián González Da Costa

 

Pablo Aranda

José Antonio Santano

 

Miguel Ranchal

Francisco Onieva

 

José Lupiáñez

Algunos miembros del jurado del Premio Andalucía de la Crítica 1999

Algunos miembros del jurado del Premio Andalucía de la Crítica 1999

PERFIL DE ALGUNAS ESCRITORAS Y ESCRITORES DE LA ASOCIACIÓN  

Premios Nacionales de Literatura

Antonio Hernández

Rafael Guillén

Manuel Mantero

Ángel García López

Premios Nacionales de la Crítica

Antonio Hernández

Ángel García López

Manuel Ríos Ruiz

Directores del Instituto Cervantes

Antonio Garrido Moraga

Jorge Urrutia

Profesores de Universidad

Francisco Morales Lomas

Remedios Sánchez

Antonio Garrido Moraga

Rafael de Cózar

Carlos Clementson

José Valles Calatrava

José María Barrera

Antonio García Velasco

Francisco Ruiz Noguera

F. Morales Lomas en el Ayuntamiento de Arcos con la alcaldesa, Antonio Hernández, Manuel Gahete y miembros del jurado

F. Morales Lomas en el Ayuntamiento de Arcos con la alcaldesa, Antonio Hernández, Manuel Gahete y miembros del jurado

Prestigiosos novelistas

Juan Campos Reina (fallecido)

Manuel Villar Raso

Manuel García Viñó

Juan Manuel González (fallecido)

Afamados poetas

Rafael Ballesteros

Juana Castro

Rosa Díaz

María del Valle Rubio

Pedro J. de la Peña

Jorge Urrutia

Manuel Gahete

Manuel Moya

José Lupiáñez

Antonio Enrique

Presidente del Instituto Valenciano Alfonso El Magnífico

Ricardo Bellveser

Lectura de los ganadores, Málaga, 2012

Lectura de los ganadores, Málaga, 2012

Presidente de la Asociación Colegial de Escritores (Andalucía)

Manuel Gahete

Conocidos Escritores y Críticos de Periódicos

Juan José Téllez (TVE y Diario de Sevilla)

Antonio Rodríguez Jiménez (Diario Córdoba)

Manuel Urbano (Diario Jaén)

Eva Díaz (El Mundo)

Ignacio Garmendia (Mercurio)

Jesús Morillo (ABC de Sevilla)

Juan Manuel González (Agencia EFE)

Directores de revistas literarias y suplementos culturales

A. Rodríguez Jiménez de Cuadernos del Sur.

J. Ruiz Mata de Tierra de Nadie.

Domingo F. Faílde de El síndrome felino

José García Pérez de Papel Literario

Paloma Fernández Goma de Tres orillas

José María Molina Caballero de Ánfora Nova

Entrega del Premio en Córdoba, 2012

Entrega del Premio en Córdoba, 2012

Asesores de la Consejería de Cultura

Rafael de Cózar

Francisco Vélez Nieto

José María Molina Caballero

DIRECCIONES Y TELÉFONOS DE LOS RESPONSABLES

Web AAEC: http://www.aaec.es (en construcción)

Reunión jurado de narrativa 2012

Reunión jurado de narrativa 2012

Presidente

Francisco Morales Lomas

C/ Bailaora Carmen Amaya 2, bl. 2, 3ºA

29018 Málaga

Correo: moraleslomas@gmail.com

Secretaria General-Tesorera

Remedios Sánchez García

Departamento de Didáctica de la Lengua y la Literatura
Facultad de Ciencias de la Educación
Campus de Cartuja s/n
18071 Granada

Comida del jurado en Playa del Dedo, Málaga, 2011.

Comida del jurado en Playa del Dedo, Málaga, 2011.

[1] Este texto fue publicado por Antonio Hernández en la obra que conmemoraba los XX años del Premio Andalucía de la Crítica, Veinte años de Literatura en Andalucía (2013), Ediciones Carena, de F. Morales Lomas y Manuel Gahete.

NUEVA YORK DESPUÉS DE MUERTO DE ANTONIO HERNÁNDEZ, POR F. MORALES LOMAS

Premio Nacional de Literatura y Premio Nacional de la Crítica 2015

Premio Nacional de Literatura y Premio Nacional de la Crítica 2015

 

Resumen: La obra poética de Antonio Hernández es una de las más prestigiosas que se escribe en la actualidad en lengua española. Lo avalan las continuas referencias críticas pero también los importantes premios literarios. Este artículo aborda una profunda reflexión sobre su último libro, Nueva York después de muerto, que ganó el Premio Nacional de Poesía y el Premio Nacional de la Crítica. Nueva York después de muerto no es realmente un libro, sino varios, aunque la temática y el tono confluyan y se distribuyan para crear una simetría definidora.

Palabras clave: Poesía, Nueva York, Premio Nacional, Premio de la Crítica, Hernández.

Abstract: The poetry of Antonio Hernandez is one of the most prestigious being written today in Spanish. References speak for continuing criticism but also the important literary prizes. This article discusses a deep reflection about his latest book, New York after death, which he won the National Poetry Prize and the National Critics Award. New York after death is not really a book, but several, but the theme and tone come together and distributed to create a defining symmetry.

Keywords: Poetry, New York, National Prize, Critics Award, and Hernandez.

La querencia de Antonio Hernández hacia la poesía de Luis Rosales viene de muy antiguo. Los unió una buena amistad y Antonio se consideró heredero del sentimiento y la técnica literaria del granadino. Pero en este nuevo poemario Antonio Hernández ha querido unir a esa querencia la de otro granadino universal, Federico García Lorca, y la no menos cosmopolita Nueva York.
Un triángulo mágico que determina la esencia de un poemario que formalmente aspira al mestizaje de géneros tanto como a la taracea de individuos, símbolos y valores que convergen en un Aleph para crear un poemario nuevo, insólito y rupturista. Se ha producido en él una convergencia, una interacción sincrónica entre forma y contenido desde un consciente claramente predeterminado que muestra un impulso poético generoso en la creación, con continuas referencias intertextuales que posibilitan los reajustes conceptuales, las gradaciones y los inestimables recursos expresivos de toda laya. Antonio Hernández aspira a esa unidad consciente desde la multiplicidad de sensaciones, espacios, técnicas, mixturas textuales y aciertos expresivos en una obra que se hace extensa, sinuosa y enérgica en su macroestructura y en su intenso ritmo.
Hay un acierto evidente en sus selecciones léxicas, en la fusión de simbologías diversas y en la yuxtaposición de mundos que se van cruzando al crear una malla semántica de afirmaciones, elisiones y sustituciones en aras de conducir el poemario por la vertiente totalizadora, poesía total que como en su momento Dos Passos en narrativa, aspira a la complementariedad como elementos que configuran el todo en la información reveladora, las acotaciones, los diálogos o los montajes.
En la Justificación inicial explicita el origen de este título: “Luis Rosales, mi maestro (…) quería terminar su obra con una trilogía titulada Nueva York después de muerto”. No lo pudo hacer y este es el mejor homenaje que en su centenario durante 2010 (y desde la desembocadura del Río San Pedro, en Puerto Real, Cádiz) Antonio Hernández quiso dedicar al maestro granadino, donde temáticas como Nueva York, el exilio, la mecanización, el automatismo, la desigualdad de razas… están presentes, como lo estuvieron en Poeta en Nueva York, del genial escritor de Fuente Vaqueros.
Los tres libros del conjunto no son sino la macroestructura textual que organiza este mundo desorganizado en el que se mueven las vías comunicativas formales y semánticas en un intento de dotarlo, desde ese triángulo mágico, de una perfecta armonía. Hay una forma interior que va a ir progresivamente elevándose desde esa pluralidad exterior, desde ese depósito de substancias temáticas e intelectuales resultantes y desde esa estructura tripartita en libros que se le presenta al lector.

El Libro Primero, que ocupa casi la mitad de la obra en su totalidad, lleva tres citas: una de Edith Wharton que alude a la mediocridad de los norteamericanos; otra de Enric González en la que define la idiosincrasia de Nueva York como ciudad que nació del comercio, apenas rozó la esclavitud y nunca brilló por su respeto a la autoridad; y, finalmente, unos versos de José Hierro sobre el desangramiento del poeta en su escritura. En definitiva, la esencia y la forma de descubrir esa esencia desde el artificio del poeta y su sangre en ebullición.
Esta primera imagen nos advierte de su voluntad de incidir en la ciudad de los rascacielos como Aleph del espíritu norteamericano y para ello opta por la retórica del discurso narrativo desde el inicial contacto con Luis Rosales, en los primeros versos, y Federico García Lorca hasta sus críticas aseveraciones sobre la realidad norteamericana actual y el Tea Party. Tras exculpar a Rosales de todos los ataques a que fue sometido por su intento de mancillarlo y acusarlo como corresponsable en la muerte de Lorca, crea el contexto de esa España, “Un país lleno de ratas y telarañas”, pero también de resentimiento y de odio. Antonio Hernández emplea el lenguaje en esos momentos con la aspereza del estilete y la templanza de los afectos hacia las personas amadas. Pero siempre surge con fervor la traslación de la palabra, su valor como apotegma y como reverente presencia y el homenaje a la casa encendida y la memoria de odios y cárceles.
Hay un discurso ensayístico con valor de proyección lírica tensa, cerrada y fuerte en donde la abstracción del léxico (cuadrícula, reglamentación, simbiosis) conviven con ese enmarque de la ciudad de Nueva York en los destinos de ambos poetas: Luis Rosales y Lorca. En este primer desafío hay una voluntad de amparo y salvaguarda clara del maestro. Para después, recurrir simbólicamente a esta Nueva York, este símbolo de la modernidad, con los emblemas y mestizajes de la palabra de Dos Passos y su Manhattan Transfer, al decir que fue este quien hizo protagonista también a la ciudad. Antonio Hernández acuerda ese despliegue de medios formales para conformar una imagen en la mente del lector que sintetice las contradicciones, las paradojas, el gran oxímoron de la ciudad de ciudades, de la Babilonia de la era poscontemporánea.
Busca la fortaleza de la representación semántica y crear una especie de cosmogonía mítica de la gran ciudad a través de una progresión selectiva de elementos. Pero antes de llegar a ello Lorca vibra en el poema como estandarte de una época de terror el nazismo, el miedo al anarquismo… y el americano que ama el dinero tanto como a su bandera. En esta simbiosis de símbolos diletantes, Antonio Hernández se revuelve crítico y adusto pero conmovedor y tierno en una singladura de distancias y contradicciones que convergen en la gran ciudad, que mixtura a la vez con sus experiencias personales (como aquella novia americana que tuvo) para después advertirnos de la génesis genealógica de razas y pueblos que convergieron en la gran ciudad: judíos, italianos, chinos… para componer esa detención a caballo entre el ensayo y la lírica de corte neoclásico en su afán patriótico y desmitificador de una realidad que nos presenta bajo múltiples aristas. En ese deambular del monólogo interior, que toma como estructura, surge la alegorización de su asesinato y la intertextualidad definitoria sobre la idiosincrasia española vía Antonio Machado (“Mala gente que camina”) y ese fascismo asesino, ese otro yo de la sociedad española.
En el errar por la ciudad de los rascacielos, los negros ocupan un espacio querido, a través de esa figura, de ese mito efusivo y delirante, que sirve de reclamo axiomático: Baltasar: “Baltasar, el músico, el poeta, el que no lleva oro,/ ni incienso, ese alimento de la soberbia,/ sino mirra aromática”. Es un deambular por la metafísica de los impulsos del espíritu, con la música ocupando un espacio solemne pero también la fina ironía y el sarcasmo agraz contra los sajones en la figura de Pound, ese fascista, nazi “carteleado por sus obsesiones/ de zarandeador dispuesto a devorar”.
Existe en sus impulsos de realismo deformador un íntimo deseo de construir la mecánica de las imágenes y realizar un cálculo casi naturalista de las insuficiencias, tanto como un ensalzamiento de los grandes escritores de la generación perdida. Pero su actitud crítica lo redime. Los escritores que forman el síndrome de su persistencia surgen con fortaleza por boca de Huxley o Poe, a los que con el bisturí de un Quevedo sondea y descuartiza con un lirismo a ratos deformador y a ratos sentimental. Y mientras los poetas son la cuna del verso, el pretexto es América y su definición de territorio en formación, “es un país sietemesinamente/ inmenso y autorrecetado/ (…) una ira de Biblia contra Europa,/ su vieja madre corrompida,/ su puta madre indolente,/ la filosofía estéril del pasado/ contemplando las nubes, perezosa./ Las maravillosas nubes que pasan”.
El objeto poético es América, su forma de pensamiento, sus grandes escritores y su voluntad de ser un país que crece y se multiplica como una especie de conmovedora alegoría deshumanizadora. La poesía de Antonio Hernández transfigura la normalidad activa de las cosas, crea la densidad poética del mito. Y en ese deambular por los grandes escritores tiene un lugar especial para Walt Whitman y sus Hojas de hierba. Whitman y su don de la transparencia, ese visionario extravagante y tosco, vocinglero que cultiva la espiritualidad de Asia en la América arrogante. La metáfora se apodera entonces del verso como una especie de arúspice que advierte del personaje y su rico mundo.
Hernández hace un recorrido de estancias y paseos, describe un mundo físico y mental, un espacio que sueña pero también un ámbito demoledor. A través de él pueden aparecer todos los emblemas de ese mundo como Central Park o los irlandeses y la presencia de Garrido Moraga mientras se habla de Eliot en la Hispanic Society. En esa suculenta peregrinación el universo se amplía y se metaforiza, se construye un mito cósmico, un mito universal en el que el poeta, en su apasionada ebriedad, se embriaga de ese mundo y nos ofrece la imagen de un sentimiento: “La vida es un sueño del que no podemos despertar”.
Y finalmente, en este recorrido casi canónico, casi laico de la ciudad de Nueva York, no pueden faltar los desarrapados de la manzana podrida, y tampoco esa ideología que los conduce hacia las tinieblas del Tea Party. Es curioso que Nueva York, en última instancia, confíe toda su esperanza al destino.
Antonio Hernández ha querido en este primer libro desenmascarar un espacio y unos personajes hundiendo certeramente el bisturí en los símbolos, como si se tratara de una historia que contar o recontar o difundir con toda la fuerza de la que la hace posible la literatura. Invariablemente oportuna y profundamente narrativa y enmarcada en su evolución de fascinante objeto poético, desde ese conglomerado personal y totalizador.

En el segundo libro hay una cita inicial de Kierkegaard que revela los peligros de arriesgarse o no en la vida como una forma de pérdida de equilibrio o de merma de sí mismo respectivamente, y otra de Quevedo en torno a una manera de nacer y muchas de morir. El centro es Luis Rosales y la poética como médula de su discurso metaliterario. Una poesía definida como holista, total, en diálogos de Rosales y Hernández, como realidad que enhebre todos los géneros en un magma comprensivo y sistémico o armónico. En esa creación las enumeraciones juegan el papel de relevante selección de nombres: Machado, Borges, Onetti… pero también Félix Grande y Paca, tan amigos del poeta granadino. Antonio Hernández se redime a través de la memoria de aquel diálogo en torno a la poética de Rosales tomando como avío esta especie de diálogo diferido en el monólogo, metafórico, rutilante, hurtado por el don de la ebriedad de la palabra dada. Hay frases que juegan al cripticismo del misterio y que solo él las conoce en el territorio que juega. Pero existe algo conmovedor que sirve de reclamo y acicate: el culto de la esperanza y su razón de ser como territorio que amplía nuestra mirada.
“Por eso ahora vamos a hablar/ como siempre de poesía/ -la poesía es la máscara/ que nos descubre-, vamos/ a hablar de nuestra catarata/ siempre cayendo, de esa tempestad del poeta”, dirá Antonio Hernández mientras trata de recordarse en aquellos momentos y a ese poeta joven con su corazón de campana. La metapoesía se convierte en el objeto de reflexión que reconozca la discursividad de las vivencias y el reclamo de la definición del poeta, de su acento, de su vivir dos veces. Y en este ámbito encuentra el camino para hablarnos de que la forma y la materia, el espíritu, deben estar al unísono en una armonía que produce la cadencia, pero también la emoción y cuanto el espíritu acomete: “Y, apréndetelo bien,/ que no se escribe, se ama/ con gozo y sufrimiento. Y ese es el corazón”. A veces se ha tenido la vocación de cerrarlo, de pensar que bastaban las palabras, pero realmente lo que basta es la vida y esa identidad esencial del discurso poético. Y en ese convencimiento, la figura de Federico surge relevante y reveladora en su alegría proclamada o en ese amor a la vida que era como la iconoclasia del ser en sí. Como un emblema que se define y se acaricia: “Federico era un tropel/ y era agua bendita, la que cae de los ojos/ porque está bendecido el sufrimiento”.
A través de fulgores, los chispazos del alma, construye los poemas, nacen del protagonismo que tiene la palabra y el hombre, de la intuición y de la memoria del subconsciente y el ensueño, un misterio, una ilusión… que crean la dimensión de la inmediatez y la luminosidad. Porque eso es al fin y al cabo el poema: una lumbre en mitad del bosque y la hojarasca de la vida. Los recursos al humor, entiende el poeta gaditano, pueden ser un instrumento, pero también una trinchera o una daga.
Progresivamente se va apoderando de su poesía la voz de Luis Rosales, en cuya palabra se desdobla el poeta de Arcos para desde su sentimiento ausente proyectar parte de su mundo, elevando la experiencia humana sensible, acomodándose a su sensibilidad, convirtiéndose en el personaje Luis Rosales. Un poeta que habla desde la vida, desde la vejez y desde la muerte, “la congelación del sufrimiento”.
En ese ejercicio de desdoblamiento aparece un Rosales reflexivo que nos conduce por la experiencia vivida y su reflejo en la felicidad o su ausencia, en la fascinación del demonio o en las resultas de ese corazón que todo lo llena. Habla Rosales desde ese viaje de sombras y su visión de la muerte como si se mirara en un espejo. Hay en sus palabras un deje de tristeza, de recurrencia a la melancolía en esa búsqueda de sí y de lo que representan en su vida las grandes ideas, en esa hora poética de los símbolos y las evocaciones: “Mis amigos saben/ que siempre investigué/ en el color de los sueños”, dirá con la fortaleza que dan los años y la vida vivida, pero también de la decadencia del vivir, de eso que llaman vejez (“En la vejez llaman arrugas/ a las heridas”) y ese destierro sublime que nace de la desolación y el agotamiento de vida. Y en ese recorrido reconoce que un día Antonio Hernández le confesó que no aguantara el dolor, “que el dolor/ que se aguanta apretando los dientes/ se instala en el cerebro”.
Luis Rosales habla de Antonio Hernández del que dice que le trae los libros de consulta, llama a un taxi o le cobra la propina en premios. Un Luis Rosales que se deja llevar por los consejos del joven poeta que lo acompaña por los centros educativos y las universidades y es leal sin excepción. Es una confesión en toda regla, sincera y sentida. Después habla de su mujer, María, María Fouz: “María era la juventud y tenía el nombre/ de la naturaleza que hace la vida/ íntima y luego rompe el molde”. Palabras generosas y definitorias que sirven de intermedio para esa continuidad de los actos de Antonio, que le lleva la silla de ruedas y lo acompaña y al que le cuenta historias de Granada, como aquel día con José López Rubio, que da pie para cerrar este libro con la memoria de Federico: “¿Y no has visto, maestro, a Federico,/ no estará entre las nubes su tumba?”.
En este segundo libro se nos conduce desde la metapoesía hacia la vivencia de Rosales y el recuerdo entrañable y siempre afable de Lorca desde el dolor. Hay un misterio que se evoca con la fortaleza de ese desdoblamiento pero con la melancolía de lo pasado, de esa memoria que deviene unas veces muerte, añoranza o entrañable recordatorio.

En el tercer libro toma una cita de Lorca: “Callar y quemarse es el peor castigo que nos podemos echar encima”. Mucho más constante la presencia de Lorca desde el inicio aunque, a medida que avance, la síntesis de ambos poetas será recurrente y operará como un conjuro, una valencia mítica de singularidades que se acercan y se van acomodando en una emoción que nos conduce en el poema final que nos presenta los últimos momentos vitales de Luis Rosales.
La sonoridad de los primeros poemas nos reencuentran con aquella musicalidad asonantada del escritor de Fuente Vaqueros y los símbolos de su Darro, Genil y Guadalquivir, los llantos de la guitarra y también los pobres y los males que los acosan. Es un claro homenaje en el soneto “No sé si fue morir más espantoso” con el que auspicia las grandes ideas que sobrevolaron su vida. La guerra, el tormento, el sufrimiento, el amor. Imágenes que adquieren una inmensa notabilidad estética como cuando se define a sí mismo en esa especie de desdoblamiento poético en Lorca. Los símbolos lorquianos aparecen con su fortaleza antigua, como la herida negra o el rey Baltasar y esa ironía de la economía como fondo: “Nadie es negro si es de oro,/ si es de oro su cartera”.
Alguna copla nos habla de ese lloro por la muerte del poeta y de su entierro, y otros, siguiendo el estilo del escritor granadino, recuerdan su lucidez y su simbología metafórica en torno a los niños gitanos o las navajas y la sangre: “No se saca una navaja/ si no se lava con sangre/ y con honor no se guarda”. Su estilo se hace más Lorca en sus ritmos y en su simbología de argumentos poéticos y metáforas que nos recuerdan al genial escritor.
Pero poco a poco ambos poetas se van acercando, Rosales y Lorca. Y cuando esto sucede surge el enorme reconcomio de Rosales en torno a su muerte, y ese sufrimiento heredado del que muchos lo hicieron depositario: “Si me hubiera expresado con mis mejores armas,/ me hubiera defendido con éxito, sin gloria,/ en lo de Federico, y no hubiera tenido que sufrir/ tanta calumnia, tanta grosería/ seudointelectual”.
Habla un poeta dolorido, acosado por la época y por ese mundo cainita. Pero también un poeta adulado en esa especie de sístole y diástole que es la existencia con sus desdichas y su materia sagrada. Aunque su dolor estará siempre presente como una ofensa que viene una y otra vez a través de sus palabras maltratadas: “Me han insultado en todos los idiomas”. O en la acusación de una señora en Buenos Aires de haber matado a Miguel Hernández y en Caracas de haber compuesto el Cara al Sol y Montañas Nevadas. Es un padecimiento que está ahí presente en la voz de Luis Rosales. Una confesión que a veces necesita, para no sucumbir, del sarcasmo y la ironía, como cuando dice que “yo siempre fui católico aunque degenerando”. Un poema en donde surgen con fortaleza las desmitificaciones de época con su proliferación de psicópatas y de desdichas, pero siempre con la idea de la ética como frontispicio: “Vale más una nota de honra en la fama/ que atasco en la cartera”. Achacable todo ese mundo a las envidias que todo lo adornan con sus iniquidades. Ironías que van cerrando en el poema donde surge de nuevo aquel Nueva York del principio con intención de aclimatarlo al cierre cíclico: “¡Nueva York, esa libertad/ donde se tambalea el Universo!
El último poema, con la cita de Luis Rosales de que “Cuando todo termine quedará lo más nuestro”, retoma el discurso épico-lírico para contarnos los últimos momentos del poeta granadino y su llegada al hospital Puerta de Hierro, jadeando y con los ojos cerrados. Los familiares cercanos y “Juan Antonio Ceballos le cogía/ la mano con ternura de amigo/ que alentara a un padre”. Y esos versos transfiguradores y epistémicos ante la muerte del poeta amado: “Y al volver a cerrarlo presentimos,/ unificados por la voz del alma,/ que algo acababa de estrenarse/ arriba, en las estrellas”.

La poesía de Nueva York después de muerto de Antonio Hernández es uno de los poemarios más heterodoxos e iconoclastas que se han escrito en los últimos tiempos en la poesía española. Crea un mundo totalizador desde la síntesis de tres perspectivas que confluyen en un emblema con carácter de axioma. Un universo mítico que nace en la ciudad de Nueva York con su conformación de espacio épico-lírico para progresivamente ir conformando un lirismo sentido y un impulso antropológico en el que el hombre triunfa sobre el emblema haciéndose más humano. Desde la ciudad se confluye en el hombre y en su memoria, construida de afectos. Un enorme poemario que acredita una vez más la altura intelectual y humana de este gran escritor español.

ANTONIO HERÁNDEZ, Nueva York después de muerto, Ed. Calambur, 2013.